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domingo, 13 de julio de 2014

Epílogo de Hillock Park.



            EPÍLOGO DE HILLOCK PARK, DEDICADO A LAS LOCAS ( y libros de Romántica) SIN MORDAZAS, EN ESPECIAL A LIV MIEL.

Esa sensación venturosa se mezclaba con un titubeante pudor. Sarah notaba cierta contradicción al sentir vergüenza y no tener de qué sentirse avergonzada, pero lo cierto es que no se atrevía a enfrentar su mirada. Los segundos avanzaban más lentos que la respiración que trataba de retener. Cuando notó la cercanía de él, aún miraba hacia el suelo y, mientras temblaba, vio casi sin querer cómo él extendía la mano y la dirigía lentamente hacia su mentón. Doyle la mantuvo así unos instantes, rozándola apenas, sin tratar de levantarle la cabeza, y luego, despacio y con una suavidad que la hizo estremecer, dejó deslizar sus dedos hasta dejarlos cerca de uno de los lóbulos de sus orejas. Ella también alzó su mano y agarró la de él y, todavía sin mirarlo, se la apretó. Sintió una seguridad tremenda cuando notó que Doyle también se la estrechaba y poco a poco fue levantando la mirada hasta posarla en aquella otra que la reclamaba.
            No reconoció su expresión. En sus ojos había un brillo infantil que nunca le había visto y, a la vez que lo mostraban de un modo más tierno, no lograban restarle el aspecto varonil tan especial que le despertaba tantas inquietudes.
            -Sarah –repitió él-. Había perdido la esperanza…
            Luego él colocó su cabeza al lado de la de ella, al tiempo que la acercaba hacia sí, y permanecieron así casi un minuto, con las mejillas pegadas y perdidos uno en el aroma del otro y con miedo a romper esa sensación. Ninguno quería moverse. Pero la naturaleza no entiende de miedos y al poco los labios ya estaban casi juntos hasta que llegó un momento en que la boca de Doyle atrapó la de Sarah, primero como en un suave mordisco de posesión que enseguida se fue convirtiendo en un beso en el que se buscaron el alma.
            Pasó un rato antes de que él se atreviera a romper el silencio.
            -Ya conozco el sabor de la felicidad.
            Ella le regaló una sonrisa, pero luego bajó los ojos de nuevo y dijo en voz baja:
            -Lamento mucho haber pensado mal de usted. ¡Cuánta razón tenía sobre lo limitada que era mi vida! Y mi capacidad de ver, debió añadir –comentó ella enfadada consigo misma-. Aunque hubiera deseado imaginar una persona tan comprometida, tan leal a sus propios principios, mi imagen no hubiese sido tan perfecta como la que le he ido descubriendo.
            -¿Perfecta? ¡Sí! ¡Tan perfecta que me dejé cegar por los celos y pensé lo peor de usted! Llegué a creerla amante de Friedman… Me he comportado como un imbécil, ¿podrá perdonarme?
            -¿De Friedman? –se extrañó ella.
            -En una ocasión la vi entrar en casa de él y, cuando salió, yo también entré y, ya no recuerdo cómo, vi esa carta, esa maldita carta de amor que estaba firmada por las iniciales de su prima ¡Pensé que era de usted!
            -¡Oh! Ahora entiendo su conducta hacia mí…
            -Sí, mi injusta e irracional conducta. Habrá pensado que estaba motivada en el despecho…
            -Habremos pensado ambos muchas cosas que, por fortuna, ya no tienen efecto en nosotros.
            -Hay algo que ha salido de su boca que ya no puede perder su efecto…
            -No quisiera que ninguna ofensa pudiera dejar huella. ¿Qué dije? ¿Puede rectificarse?
            -Esto –respondió él al tiempo que volvía a besarla.
            Esta vez las vacilaciones del primer beso estuvieron ausentes y ella se atrevió a rodearle el cuello con los brazos y a participar con la misma devoción. Una pasión desconocida se le despertó a la vez que una sensación de plenitud en la que se quería perder… y se perdió a base de besos y sonrisas transparentes o miradas cegadas en la veneración del instante.
            -Aún no te he oído pronunciar mi nombre –dijo él cuando el reloj pasaba de las once y media.
-John…
-Casi bien.
-¿Casi bien? ¡John! –repitió ella de forma más enérgica.
-Falta algo.
-¿Qué?
-“John, acepto ser tu esposa”.
-¡Ah! ¿Así que eres un terco? –lo reprendió-. De acuerdo: John, si aún no has retirado tu oferta, tal vez, y solo tal vez, después de otro beso, me plantee aceptarla.
-¿Otro beso? –preguntó el doctor Fischer, que acababa de entrar en la futura escuela en busca de su amigo- ¿Esa es forma de trabajar?

12 comentarios:

  1. Gracias por este final !! Aún sigo sonriendo

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  2. Si he conseguido que sonrías, ya ha valido la pena. ¡Un abrazo!

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  3. menudo regalo, muchísimas gracias!un final (??¿¿¿)encantador!!!

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  4. Sí, sí, es un final, jajajaja. ¡NO hay segunda parte y NO es una trilogía! Aunque a mí me gusta más que termine tal cual está, sin el añadido.

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  5. ¡¡Excelente, Jane!! La verdad que al terminar tal cual está, te crea cierta frustración por querer más, pero también te deja volar la imaginación. Gracias por este regalito, Jane ;) No es lo mismo que dejes volar tu imaginación a que lo haga la propia autora ;)

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  6. Ayer después de comer comencé a leer el libro y no pude parar hasta leer la ultima página a eso de las tres de la mañana. Encontrarme esta mañana este final ha sido como un regalo. Muchísimas gracias.

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  7. ¡Gracias, Towanda! Espero que no sea muy duro comenzar un lunes con somnolencia. A mí me has alegrado el mío. ¡Un abrazo!

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  8. Hola Jane,
    Sigo pensando que la historia no necesita para nada el epilogo, pero ¡¡¡¡muchas gracias por este fragmento!!!! Uffff, todavía tengo el vello de punta, ainsss. ¡¡qué bonito!! ¿Y dices que no escribes "hot"? jajajajaja.
    Enhorabuena, de nuevo.
    Un beso!

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  9. Gracias, Paula :) ¿Hot? jajajaja Creo que no sabría...

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