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jueves, 30 de octubre de 2014

Oliver Twist y la condición infantil en la época victoriana.

  
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Cuando en 1838, Charles Dickens publica Oliver Twist, en capítulos mensuales en la revista en Bentley’s Miscellany, el reflejo del trabajo infantil en la época victoriana, la corrupción de las instituciones y la doble moral de la beneficencia que impacta a muchos británicos. El hambre, las penurias, el maltrato y el uso como delincuentes de algunas mafias (las cofradías españolas de Cervantes) aparecen ante el puritano como todo aquello que hasta ahora había barrido y permanecido escondido debajo de la alfombra. Las condiciones laborales de los niños y la mortalidad infantil rodeaban la pompa y los protocolos del hombre victoriano, pero se negaba a mirarlo directamente a los ojos. Con la novela de Dickens, la vergonzosa injusticia aparece ante él. 
      El promedio de vida de la época era de unos 40 años. La muerte de los adultos provenía de la tuberculosis, mientras que la de los niños solía originar en la viruela, el sarampión y también el hambre. 

      Los niños trabajadores de la industria textil podían además padecer tuberculosis a causa del polvo y la humedad, además de asma o alergias, escoliosis o raquitismo. Una encuesta de la Asociación Británica de 1878 demuestra que los niños trabajadores tenían una media inferior a 12 centímetros que sus pares de los círculos aristocráticos y burgueses.







    La revolución industrial acaparó mano de obra infantil para trabajos como la minería o la industria textil, provocando accidentes y muertes a menudo por hacer trabajar a los niños bajo las máquinas en marcha que, además, eran azotados si la producción comenzaba a descender. En Inglaterra los niños desfavorecidos se encontraban a cargo de las iglesias, quienes los vendían a las industrias a través de anuncios en los periódicos cuando ya no querían mantenerlos o cuando tenían demasiados. El comercio muy a menudo se realizaba sin consentimiento de los padres.

    Desde los cuatro años de edad eran buscados para ser "entrenados" en las máquinas, trabajaban en las minas, limpiaban las partes de las maquinarias o iban tras los hilos rotos en los telares.

    Aunque la novela de Dickens tiene final feliz para el pequeño Oliver, el entorno social no cambia. La injusticia continuaba y muchos más niños proseguían en su vida de penurias, refugiándose muchas veces en el transitorio consuelo del el opio o  anhelando una muerte que los liberara de tanto dolor.

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