FRAGMENTO DEL CAPÍTULO IX
Mientras
pronunciaba esas palabras, escuchó una voz que lo llamaba y, al girarse, pudo
ver que Doyle se acercaba a caballo hacia ellos.
–En la
oficina me han dicho que acababais de marcharos –dijo el recién llegado
mientras desmontaba.
Luego
saludó a Sarah con un leve gesto de cabeza y, aunque ella sí le deseó buenos
días, él la ignoró enseguida y mencionó al señor Tyler algo sobre los libros de
cuentas. Hizo un ademán que indicaba a sus amigos que los requería en otro
lado, pero el señor Tyler señaló a Sarah y dijo:
–Supongo
que el tema podrá esperar hasta que dejemos a la señorita Larson con su
familia, hemos prometido acompañarla y me temo que la aburriríamos con una
conversación de negocios.
–No se
preocupe por mí, señor Tyler, puedo continuar sola, mi presencia no debe
inmiscuirse en la urgencia de los negocios del señor Doyle –respondió ella
fingiendo indiferencia a la desatención de él. Pero el ánimo de Sarah estaba
agitado. No sabía si atribuir la frialdad de Doyle a su carácter cambiante o al
rencor por lo sucedido dos semanas atrás. Hacía tiempo que dudaba sobre cómo
reaccionaría él cuando volvieran a encontrarse, pero no había acertado a
decantarse por ninguna opción. Ahora ya lo sabía. Su amabilidad había sido
efímera.
–Los
negocios nunca son urgentes –rechazó el señor Tyler.
–Claro
que no, John –lo apoyó el doctor Fischer–. Y yo necesito caras conocidas para
no sentirme fuera de lugar en la cena del señor Friedman. No me prives del
mejor conocimiento de una de ellas.
–¿Vas a
cenar con Friedman? –preguntó molesto, pero no esperó respuesta ante la
redundancia de sus palabras–. Señorita, Larson –se dirigió a ella por fin
Doyle-, ya conoce mi naturaleza. Le ruego que apele a ella para disculpar esta
descortesía.
–No
siento una descortesía que usted considere que puedo caminar sin escolta. En
este caso, pensamos igual, señor Doyle –respondió ella.
–No sabía
que conociera al señor Friedman –dijo él sin hacer caso a su sentencia.
–El señor
Friedman tiene un carácter abierto y se ha esforzado en hacer relaciones desde
que llegó a Danford.
–No lo
pongo en duda –contestó él.
–Me han
dicho que será una cena concurrida –intervino el doctor Fischer–. Celebra el
cumpleaños de su hermana y ha puesto mucho esmero en ello.
–Así es
y, en lugares como este, tan limitados, cualquier evento social es bien
recibido –añadió Sarah.
–No creo
que Danford pueda considerarse un lugar limitado, señorita Larson –se opuso el
doctor Fischer.
–Pero
reconoce que así podría pensar alguien que viniera de una gran ciudad.
–En
general, la gente de gran ciudad también suele moverse siempre en el mismo
entorno, señorita Larson –objetó el médico–. Aquí, al menos pueden escapar con
paseos por el campo o los bosques, no creo que yo tenga la sensación de una
vida limitada en Danford.
–Pero
usted es de carácter amable y, como hombre de ciencia, está abierto a
experimentar antes de emitir un veredicto. No pensaría igual una persona que se
tiene a sí misma por razonable, pero tiende a etiquetas y convencionalismos a
la hora de juzgar la vida de los demás.
El doctor
Fischer, al igual que el señor Tyler, tuvo la sensación de que esta
conversación no iba con él y empezaba a pensar que entre la señorita Larson y
su amigo había una relación que no estaba del todo clara. Los dos miraron a
Doyle.
–Cuando
la señorita Larson está predispuesta a sentirse ofendida, ni la amabilidad ni
los argumentos pueden cambiar su opinión –explicó Doyle a sus amigos con tono
cáustico.
–Se
equivoca usted, señor Doyle, si cree que sus palabras pueden ofenderme. Me
tengo por menos vulnerable de lo que usted ha expresado en mi retrato.
-Puedo asegurarle, señorita Larson, que en este caso hablo desde la experiencia, aunque no sea yo un científico.