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domingo, 23 de agosto de 2015

El Turco

       En el primer capítulo de La casa de las flores muertas, durante la travesía hacia Inglaterra, unos viajeros mantienen una discusión sobre El Turco. Uno de ellos lo defiende y el otro mantiene que es un fraude. Pero, ¿de qué hablan?

      El Turco es el nombre con el que fue conocido el autómata que Von Kemepeln construyó en Viena en 1769 y paseó por toda Europa dejando con la boca abierto a más de uno. La característica principal de este autómata es que era independiente para jugar al ajedrez y se enfrentaba a todo aquel que aceptaba el reto. Lo extraordinario es que siempre salía victorioso. ¿Nos encontramos ante el primer Deep Blue?

        El conde Luwig von Cobenzl fue la primera víctima tras media hora de partida. Delante de toda la corte imperial, fue derrotado por el autómata. Tras la derrota del conde von Cobenzl, von Kempelen apenas volvió a mostrar el autómata, solo enfrentándose a otro oponente en diez años, y prefirió centrarse en otros proyecto que le interesaban más, como la reproducción de la voz humana, una historia digna de mención pero que relataremos en otra ocasión. Quizás también preocupado por las especulaciones sobre el misterio del funcionamiento del autómata, desistió de seguir mostrándolo en público.












       Pero el autómata permaneció poco tiempo fuera de circulación, ya que en 1781 el Emperador Jose II ordenó Kempelen que lo reconstruyera con ocasión de la visita del Gran Duque Pablo I de Rusia. Aquí comenzaría su segunda vida con una gira europea, en la que visitó por París, Londres y Amsterdam entre otras muchas ciudades. Uno de sus adversarios fue Benjamin Franklin, que por entonces ostentaba el cago de embajador de Estados Unidos en París. Y precisamente sería en la capital francesa donde se produjo la primera derrota de El Turco frente al músico y ajedrecista François-André Danican Philidor, aunque tuvo que sudar la victoria.

        En 1809, Napoleón también se enfrentó a él y, durante la partida, hizo un par de movimientos incorrectos (tramposos) y el autómata, con un aspaviento de su mano, tiró todas las piezas en señal de protesta. Tanto el Emperador como todos los testigos quedaron asombrados ante este gesto. El Turco acabó sus días en un museo de Filadelfia, en Estados Unidos, donde desgraciadamente fue destruido por un incendio en 1854.

.       Una característica del autómata es que era zurdo. Además, siempre jugaba con las blancas. Asentía dos veces cuando amenazaba a la reina, tres veces cuando ponía en jaque al rey y, si su oponente hacia algún movimiento no permitido, negaba con la cabeza y movía la pieza a su posición original. Incluso era capaz, mediante un tablero con letras, de mantener conversaciones en inglés, francés y alemán.





      Pero, ¿qué misterio escondía realmente El Turco?

       Muchos intentaron deducir cómo funcionaba realmente, como el alemán Joseph Friedrich Freiherr von Racknitz, que publicó un libro con ilustraciones de como creía él que funcionaba el autómata, y aunque iba bien encaminado, se equivocó en la posición del operador y las dimensiones. También Edgar Allan Poe llegó a elucubrar sobre su funcionamiento en un ensayo publicado en 1836, aunque, al igual que el almenán, realizó suposiciones incorrectas.

       El nacimiento del autómata vino dado por la visita de Von Kempelen a Viena en el otoño de 1769, convocado por la Emperatriz María Teresa para asistir a una sesión de magia e ilusionismo. El inventor quedó tan fascinado por los trucos del mago François Pelletier que le prometió a la Emperatriz que en seis meses regresaría con una creación que dejaría corta aquella sesión. Y allí se presentó en 1770 con El Turco, retando a cualquiera de la corte a que se enfrentara a él en el tablero de ajedrez. El autómata constaba de una figura de torso y cabeza vestido con ropajes turcos, turbante incluido. En la mano izquierda sostenía una larga pipa y el brazo derecho reposaba sobre la mesa donde se encontraba el tablero, siendo el encargado de realizar los movimientos. El mueble que lo complementaba tenía tres puertas, en cuyo interior se podían ver engranajes, y un cajón inferior.






       En realidad, El Turco no era un autómata. Era un muñeco manipulado por una persona escondida debajo de la mesa, tal como muchos sospechaban. Pero nadie podía demostrarlo porque Kempelen, para evitar especulaciones, abría las puertas de la mesa y, con una vela, procedía a alumbrar las diferentes secciones, mostrando que nada, o mejor dicho nadie, se encontraba dentro. Sin embargo, esta apariencia de vacío era producida por un juego de espejos con trucos de ilusionista.

        El jugador escondido conseguía que el autómata realizara los movimientos deseados mediante un complejo sistema de engranajes diferenciales, cuerdas y gomas. Y, a su vez, conocía los movimientos de su oponente gracias a piezas magnéticas acopladas bajo el tablero de juego.






       Lo que todavía permanece en el misterio es quién era el operador del autómata. Existen leyendas acerca de un oficial polaco amigo del inventor que había perdido las piernas, por lo que Von Kempelen le había construido El Turco, y también se habla de la posibilidad de que fuera Józef Boruwlaski, un famoso enano polaco, pero, a pesar de las especulaciones, su identidad sigue siendo un enigma.

sábado, 15 de agosto de 2015

El espiritismo


        



       En La casa de las flores muertas, habita un curioso personaje, Madame Borem, que dice ser una aristócrata francesa huida del terror que ha conllevado la Revolución en su país. Ahora, se dedica a cuidar de Lady Mary Rose, la condesa de Chandler.
       Un médium o clarividente es aquel capaz de establecer contacto con su subconsciente y, desde allí, acceder a realidades no ordinarias. No se trata tanto de una actividad extrasensorial como de una sensibilidad extraordinaria hacia zonas poco conocidas de la actividad psíquica y eso permite al médium actuar de mediador en fenómenos parapsicológicos o en comunicaciones con los espíritus.







      El auge del espiritismo moderno abarca la segunda mitad del siglo XIX hasta, aproximadamente, la II Guerra Mundial, sin embargo, clarividentes han existido siempre, desde el brujo de la tribu al Oráculo de Delfos. En 1857, Allan Kardec, pseudónimo de Hippolyte Léon Denizard Rivail, publica en Francia El libro de los espíritus y a partir de ese momento, donde la afición por el tema se contagia a Estados Unidos, no solo se multiplican los espiritistas, sino que el espiritismo se mezcla con antiguas creencias, misticismo y, sobre todo, espectáculo. Este autor, había oído hablar del fenómeno de las “mesas parlantes” y, debido a su interés, logró ser testigo de inexplicables acciones relacionadas con “mesas ambulatorias” y “escrituras automáticas”. A partir de ahí empezó su estudio sobre todo lo relacionado con manifestaciones de espíritus. Persuadido de la existencia de una región espiritual habitada por almas inmortales desencarnadas con las que era posible comunicarse, se decidió a examinar una voluminosa colección de escritos psicográficos que le proporcionaron amigos espiritistas interesados en su juicio y empezó a asistir con regularidad a sesiones, preparado siempre con una serie de preguntas que le eran respondidas de «manera precisa, profunda y lógica», a través de los sujetos a los que el espiritismo denomina «médiums», porque actúan como intermediarios en las comunicaciones con las supuestas almas desencarnadas.



     
       Pero Kardec no "inventa" el espiritismo, solo lo sistematiza. No fue ese el libro que dio entrada a la irracionalidad frente a la racionalidad de la Ilustración, sino que había sido El castillo de Otranto, de Horace Walpole, que vio la luz en 1764 e inauguró la llamada novela gótica. En ella, un espíritu en busca de venganza, o de la reposición de una herencia legítima, se comunica con los vivos a fin de hacer justicia. Con esta novela, los fantasmas y la irracionalidad reclaman su lugar en un movimiento que vendrá a ser conocido como Romanticismo. A partir de aquí, su aparición fue constante.
Si, por el contrario, alguien estaba interesado en desacreditar a los espiritistas fue el sector del ilusionismo. El primer mago que se dedicó a desenmascarar médiums fue John Nevil, quien, después de distintos estudios y de asistir a muchas sesiones, escrbió el libro Lo sobrenatural en 1892, firmado conjuntamente con el psiquiatra Lionel A. Weatherly. “No existe, ni nunca ha existido, un médium de ninguna clase que no haya usado trucos o engaños”, concluía después de décadas de investigación el que, con el tiempo, sería el patriarca de una famosa estirpe de ilusionistas.
        Sobre este obsesión de los ilusionistas por desenmascarar a los espiritistas, últimamente hemos podido ver la película de Woody Allen “Magia a la luz de la luna”, protagonizada por Colin Firth.
         Y, vosotros, ¿qué pensáis? ¿creéis en el espiritismo?

jueves, 6 de agosto de 2015

LOS MONOS DE GIBRALTAR

         En el capítulo I de La casa de las flores muertas, un barco británico procedente de Menorca acaba de hacer escala en Gibraltar. Al dejar el puerto, descubren a un curioso polizón: un mono, al que bautizan como el recién depuesto primer ministro Mr. Pitt.









         Este es el motivo por el que quiero plantear esta cuestión: ¿no es extraño que el único lugar de Europa en el que haya monos en libertad sea en Gibraltar?
         La mona o macaco de Gibraltar, conocido también como mono de Berbería o mona rabona (el nombre científico es Macaca sylvanus), actualmente se encuentra solo en algunas zonas de los Montes Atlas y en el Peñón de Gibraltar. Es el único miembro del género Macaca que vive fuera de Asia. No es un individuo de gran tamaño, rara vez supera los 75 cm de longitud y los 13 kilos de peso y su pelo es de color pardo amarillento.
       Se sabe que, durante la Segunda Guerra Mundial, estuvieron a punto de desaparecer y que si Churchill no hubiera apostado por la repoblación, hoy en día no habría monos en Gibraltar.
Pero, ¿cómo llegaron estos animales hasta el Peñón? Sobre esta cuestión, no hay consenso, pero sí distintas teorías.
       Una de ellas defiende que en otros tiempos llegaron a poblar toda Europa o parte de ella y que los monos de Gibraltar serían el último reducto de supervivientes a una extinción masiva. Al menos, hay evidencias de que en otros momentos existían monos en libertad en la Península Ibérica. Sin embargo, las pruebas de ADN demuestran que estos no tenían parentesco con los del Peñón.
         Existe también la teoría de que, cuando los árabes entraron en la Península a partir del 711, podrían haberlos llevado con ellos.
         Otra teoría afirma que fueron los ingleses a partir de 1704, cuando se apoderaron del Peñón que posteriormente les fue cedido por el tratado de Utrecht. Se piensa que los británicos pudieron adiestrarlos y llevarlos como mascotas. Eso explicaría por qué solo se encuentran en Gibraltar.
        Por supuesto, hay más teorías, algunas tan curiosas como la que defiende que existe un túnel secreto entre África y Europa y que por él transitaron los monos en cierta ocasión. Y seguro que a vosotros se os ocurre alguna otra digna de aparecer en Cuarto Milenio.
       ¿Con cuál os quedáis?