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lunes, 28 de diciembre de 2015

El caso de la capa prestada. Carta I.



Old Keady, 29 de diciembre de 1862
“Querido Andrew:

            Para tu tranquilidad, te diré que estoy bien de salud. El pequeño malestar que me provocó esa insípida sopa ya se me ha pasado y mi apetito ha regresado. Espero que tú también te encuentres bien.

            Sin embargo, debo contarte una mala noticia. La señorita Adams nos ha dejado. No, ella no ha abandonado Old Keady por sorpresa, tal como hizo el señor Baesley, lo que quiero decir, o escribir, es que la pobre joven ha dejado este mundo. ¡Y pensar que yo fui la última persona que la vio con vida! Pero, te lo explicaré todo desde el principio. Ayer, poco después de tomar el té, yo entraba en la casa tras recoger un poco de acebo para mi habitación cuando la señorita Adams apareció en el vestíbulo. Parecía concentrada en sus propios pensamientos, porque me saludó de un modo automático y no me contestó cuando yo le recomendé que no saliera porque ya estaba anocheciendo. Ella se estaba poniendo una capa, y en esos momentos hubo un detalle que me pasó desapercibido, puesto que yo estaba más preocupada por subir a calentarme los pies que en otra cosa. Las botas se habían mojado tras pisar la nieve para coger las flores.

            Por tanto, subí a mi habitación, me descalcé, me quité las medias y sequé mis pies. La chimenea estaba encendida y permanecí un rato junto a ella, dejando olvidado el acebo sobre mi escritorio. Creo que me quedé dormida, pues la placidez que da el calor en los pies es tan eficaz para estos casos como un masaje en las sienes. Habría transcurrido más de una hora, pues al asomarme a mi ventana la noche ya era oscura. Después de volver a vestirme, me encargué de colocar el acebo en agua, hasta que decidiera qué tipo de arreglo floral hacer con él, y luego bajé al salón, donde se hallaba el señor Stamford leyendo un libro. También se encontraban allí su hija, el señor Lloyd y los señores Milton, que jugaban una partida de bridge. Un poco más tarde llegó la señora Clithering y preguntó por su sobrina. Yo iba a decir que la había visto salir hacía casi una hora y media, pero la señorita Stamford se me anticipó y comentó que la había estado esperando media hora antes puesto que habían quedado para escribir juntas a una amiga común del internado. Creo que ya te he contado que la señorita Stamford y la señorita Adams se conocían desde niñas. De nuevo, yo iba a decir que la había visto salir, pero esta vez fue el coronel Coombe, ese vecino tartamudo tan horrible que tienen los Stamford, quien hizo aparición en la estancia e impidió que yo lo mencionara. Tenía una expresión alarmada y comenzó a hablar de la señorita Adams. Con su manía de interrumpir las palabras y repetir las sílabas, tardamos unos minutos en comprender lo que estaba diciendo. Por lo visto, la señorita Adams estaba muerta y él mismo había encontrado el cadáver debajo de una elevación rocosa a la que a ella le gustaba subir para observar las vistas. 

            Todos supusieron que había sido un accidente, un accidente fatal, por cierto, pues creo que es protocolario añadir este adjetivo en casos así. Luego sobrevino uno de esos momentos en los que nunca sé cómo comportarme. La señorita Stamford se echó a llorar, al igual que la señora Clithering. Parecían competir en mostrar desconsuelo y la señora Milton no sabía a cuál de las dos dedicar sus palabras de ánimo. El señor Stamford no ocultó su preocupación porque algo como eso hubiera ocurrido en sus dominios y el señor Milton procuraba poner algo de sensatez preguntando una y otra vez al señor Coombe si estaba seguro de que la señorita Adams había fallecido o si todavía se podía hacer algo por ella. 

            El señor Lloyd, el prometido de la señorita Stamford, estaba pálido y no reaccionaba. Eso me extrañó, pues en general es un joven muy resuelto y que sabe afrontar todo tipo de situaciones. 

            Tuvo que ser mi intuición la que diera otra mirada sobre los hechos. En realidad, lo pensaba para mí, pero se ve que lo dije en voz alta y todos me escucharon. “Creo que no ha sido un accidente fatal, sino un suicidio”. El silencio que se creó y las miradas que recibí sobre mi persona me indicaron que, efectivamente, todos habían comprendido mis palabras, entonces me vi obligada a decir que, cuando me la había cruzado dos horas antes, tenía la mirada perdida y parecía gravemente preocupada. 

            El señor Lloyd me reprochó que no lo hubiera dicho antes, ¿te lo puedes creer? Y la señora Clithering estuvo a punto de insultarme por decir algo así de su sobrina; incluso el señor Stamford me pidió que no injuriara a nadie en su casa. Por fortuna, cuando un rato más tarde llegó el señor Sanders, policía local, me escuchó con mayor interés y creo que no le resultó absurda mi teoría.

            Ahora bien, supongo que te estarás preguntando por qué motivo habría querido suicidarse la señorita Adams y eso, querido hermano, es lo que estoy dispuesta a averiguar. Por este motivo, no regresaré a Horston el dos de enero tal como te había prometido, sino que me quedaré aquí hasta que resuelva el misterio.

            Con el deseo de que nadie se haya suicidado en Horston, recibe un fraternal abrazo desde aquí. Te quiere,
                                                                                              June”

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho esta primera parte. Veamos cómo avanza la investigación de June ^___^
    ¡Muchas gracias por compartir este relato y Feliz Año!

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  2. Gracias por aguantar a la señorita Whittemore :)

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