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jueves, 28 de enero de 2016

El paroxismo histérico



       En Hillock Park, la señora Chase es una persona que sufre de los nervios y tiene por ello frecuentes jaquecas. Igual le ocurre a la señora Lorrimer, que se pasa la vida quejándose de sus dolores de cabeza. Sin embargo, cuando la señora Chase descubre al doctor Gronchi, sus dolores se ven aliviados, por lo que aconseja a su amiga que también cambie de médico. La peculiaridad del doctor Gronchi es que su tratamiento consiste en unos curiosos masajes. Aunque en la novela no se expresa directamente, la alusión a la histeria femenina (ambas mujeres son viudas desde hace tiempo) y a la masturbación como modo de alivio de su estado de ansiedad están presentes.

      A lo largo del siglo XIX, las pacientes diagnosticadas con histeria femenina recibían un masaje pélvico que las llevara al paroxismo histérico (orgasmo). El deseo sexual reprimido de las mujeres era visto como una enfermedad por muchos profesionales. 
  


     Resulta curioso porque los escritos médicos y maritales de la época elogiaban a la mujer desapasionada y la apuntaban como modelo. La mujer “ideal” sólo tendría sexo para reproducirse pues no le reportaría ningún otro beneficio. Este “ideal” influyó en la estructura social de muchas formas, proporcionando una base para los argumentos contra los anticonceptivos. Sin embargo, al mismo tiempo interfirió en la insatisfacción sexual de muchas mujeres, lo que impulsó la demanda creciente de tratamientos contra la histeria.

      El Doctor Jean Michel Charcot fue pionero del estudio de la histeria en el hospital de la Salpêtrière, aunque hay constancia de que, desde principios de siglo, la masturbación ya se practicaba de forma habitual por algunos médicos.





       En 1860 apareció una ducha pélvica francesa, que arrojaba un chorro de agua al clítoris y permitía llegar al éxtasis en unos cuatro minutos. Y para mediados de 1870 apareció un Manipulador a vapor. Pero ambas máquinas eran complicadas de usar e incómodas y pronto fueron reemplazadas por el primer vibrador electromécanico. No será hasta 1880, cansado de masturbar manualmente a sus pacientes, (lo que le hacía perder mucho tiempo con cada una, y por tanto, atender a muy pocas) cuando el doctor Joseph Mortimer Granville patente el primer vibrador electromecánico (funcionaba con baterías) de forma fálica. Se promocionaban como “instrumentos para combatir la tensión y la ansiedad femenina”. Joyas que ofrecían 1500 pulsaciones por minuto en variedades transportables, con pie de apoyo, motor a vapor, a baterías o eléctricas. El americano Hamilton Beach lanzó en 1902 el primer vibrador eléctrico para venta comercial, convirtiendo al vibrador en el sexto aparato doméstico en ser electrificado.





jueves, 21 de enero de 2016

Charles Dickens y Ellen Ternan



        Algunas veces, los autores nos tomamos ciertas licencias literarias, aunque no sean fieles a la realidad, tal como he hecho yo en un detalle de Adagio en primavera. En el primer capítulo, se menciona que el señor Frazer murió en 1865 en el accidente de ferrocarril que se produjo en Staplehurst el 9 de junio de aquel año. Por supuesto, el señor Frazer es un personaje inventado e ignoro si la casualidad ha hecho que su nombre se corresponda a algún fallecido real. También menciono que en ese tren iba Charles Dickens junto a su amante, Ellen Ternan, y la madre de esta, y lo primero es cierto. No solo está documentado y apareció en todos los periódicos, sino que el propio Dickens escribió un relato, “El guardavía”, inspirado en este accidente.





      Donde he faltado a la realidad, voluntariamente, ha sido al decir que los periódicos de la época dedicaron más columnas a Ellen Ternan que a los motivos del propio accidente. Eso es falso. Ningún periódico mencionó a la amante de Dickens, ni tampoco a su madre, porque el propio escritor se encargó de hablar con cada periodista para que obviaran quiénes lo acompañaban. A cambio, Dickens se ofreció a relatar a cada uno de ellos, con toda precisión, todos los pormenores relacionados con el fatal suceso ferroviario.

        Y es que la relación del escritor con Ellen Ternan fue llevada de forma tan discreta que no llegó a ser conocida. Cuando Dickens se enamoró de Ellen en 1857, una actriz de 18 años, él tenía 45. Dickens quería mostrarse como un ejemplo para la moral victoriana y alquiló a su amante una casa en las afueras de Londres y procuró visitarla siempre de forma clandestina. De hecho, su esposa descubrió esta relación porque un año después de haber empezado, Catherine recibió por error un brazalete con una carta de su marido destinada a Ellen. Entonces, el matrimonio Dickens se separó, pero como ninguno de los dos deseaba sufrir el escándalo de un divorcio, acordaron guardar apariencias de que seguían casados. Ellen Ternan dejó el trabajo de actriz en 1860 y Dickens le brindó apoyo económico para que no volviera a necesitarlo. Los dos amantes viajaban juntos con frecuencia, pero siempre con discreción y el silencio de la prensa británica. Precisamente fue la desconfianza hacia la prensa norteamericana por lo que Dickens no se atrevió a llevarla con él cuando visitó Estados Unidos. 


 
      Hay críticos que dicen que Dickens pudo haberse inspirado en Ellen Ternan para algunos de sus personajes femeninos, como Estella en Grandes esperanzas, Bella Wilfer en Nuestro amigo común o incluso Lucie Manette en Historia de dos ciudades.  

      Tanto es el celo que Dickens depositaba en ocultar su doble vida que, cuando después de trece años, la relación se rompió, él obligó a la mujer a quemar todas las cartas que durante ese tiempo le había enviado. Cuando Dickens murió, dejó un generoso legado a Ellen Ternan para que mantuviera su silencio. Ella se casó seis años después y ni su marido ni sus hijos supieron jamás de su relación clandestina con el escritor. 



      Incluso los herederos de Dickens han guardado esta historia oculta y solo ha sido a partir de la publicación de Claire Tomalin, La mujer invisible, donde se ha conocido esta relación. La autora de este libro asegura que Ellen Ternan y Dickens llegaron a tener un hijo que él nunca reconoció. Otros autores, sin embargo, lo desmienten.

martes, 19 de enero de 2016

Presentación de La casa de las flores muertas.

    

               Si el 12 de febrero estáis en Madrid y os habéis apuntado al RA, sabed que a las 19'45, en el Auditorio Marcelino Camacho (calle Lope de Vega, 40), presentaré La casa de las flores muertas en papel junto a dos compañeras, Ditar de Luna y Regina Román, que también os darán a conocer su última publicación. 




           ¡Me  encantaría veros!

domingo, 3 de enero de 2016

El caso de la capa prestada. Carta V.



Old Keady, 3 de enero de 1863

“Querido Andrew:

Por fin me veo liberada de esta reclusión. El señor Sanders nos ha dado permiso para abandonar Old Keady a todos los visitantes, puesto que todos nosotros hemos dejado de ser sospechosos. 

Y eso es solo por una razón, no puede haber otra. El señor Sanders ya tiene a su persona. Debo decir que no hubo una confusión de víctima, en todo momento se ha pretendido asesinar a la señorita Adams. El tema de la capa no ha sido casual, puesto que la propia asesina se la prestó a la víctima para crear confusión. Como ya habrás comprendido, el señor Sanders ha detenido a la señorita Stamford bajo la acusación de haber asesinado a su amiga. Nunca había oído hablar de un crimen tan inútil, visto lo que sucedió después. Por lo visto, el señor Lloyd se había enamorado perdidamente de la señorita Adams y pensaba romper su compromiso con la señorita Stamford para prometerse con ella. La señorita Stamford, presa de los celos, envió una nota a la señorita Adams en la que la citaba en el lugar en el que fue asesinada. Por lo visto, este era el papel que arrojó a la chimenea, pero el señor Sanders descubrió que no se había quemado del todo, aunque le costó varios días adivinar su contenido. El señor Stamford está desolado y lo entiendo. Es muy doloroso que un asesino lleve tu propia sangre y que una hija sea condenada y ahorcada, pero mucho peor aún es que tu apellido sea el centro de un escándalo. 

En fin, en breve estaré refugiada en nuestro hogar y lejos de estos horribles días. Espero que no hayas contado a nadie que tenía esperanzas de prometerme al señor Baesley, pues hoy mismo le ha llegado al señor Stamford una invitación para su boda con una joven londinense. Supongo que será una heredera, porque de otro modo no concibo que me haya cambiado por otra. No, no estoy dolida. El señor Lloyd es tremendamente mucho más apuesto. Espero que durante estos dolorosos días haya sido capaz de apreciar mis virtudes.

Con todo el cariño fraternal,

                                                                                  June”

sábado, 2 de enero de 2016

El caso de la capa prestada. Carta IV.



Old Keady, 2 de enero de 1863

“Querido Andrew:

Acabo de recibir tu carta, fechada el día 27 de diciembre, es decir, cuando en Old Keady todavía no había sido cometido ningún crimen, y me parece horrible lo que cuentas. Con todas las ilusiones con las que le hice arreglos a su sombrero y me dices que la señorita Grace no lo lució el día de Navidad. No doy crédito. ¡Es horrible, horrible, horrible! ¡Oh! Me has dejado sin palabras.

Me parece impertinente tu pregunta sobre si el señor Baesley ya me ha hecho una oferta. Recuerdo haberte escrito para contarte que, inexplicablemente, adujo un pretexto para marcharse repentinamente a Londres. Y eso que hice caso a los consejos de la señora Delaney y decidí alentarlo, no fuera a ser que la falta de esperanzas hiciera disuadirle de proponerme matrimonio. Sin embargo, estoy segura de que, en cuanto sus asuntos se lo permitan, nos visitará en Horston y hablará contigo.

Hay novedades respecto al señor Lloyd y a la señorita Stamford, quienes ayer, después de escribirte, anunciaron que habían roto su compromiso. Me temo que, a partir de ahora, la convivencia va a empeorar, puesto que una persona despechada siempre resulta muy incómoda. Aunque ignoro cuál de los dos ha puesto fin a su relación, me inclino a pensar que se ha tratado de la señorita Stamford, no solo por los motivos que te comenté, sino también porque, si hubiera sido el señor Lloyd, el señor Stamford lo habría echado inmediatamente de su casa. Claro que no hubiera servido de nada porque está retenido aquí hasta que se resuelva el crimen, al igual que los demás, pero supongo que en un caso así, incluso la policía podría entenderlo. 

La señora Clithering y los señores Milton no le han dado mucha importancia al asunto, mientras que el señor Coombe parece haber renovado sus esperanzas. El señor Lloyd parece muy afectado, aunque es cierto que hace días que lo veo así. La señorita Stamford ha tenido la consideración de fingirse indispuesta y ha pasado todo el día encerrada en su habitación. Pero me temo que no podrá alargar por más tiempo su fingimiento y nos veremos obligados a soportar los reproches y el malhumor entre dos que ya no son pareja.

Querido Andrew, me veo obligada a interrumpir esta carta, puesto que el señor Sanders dice que quiere volver a interrogarme. Espero que no sospeche de mí.

Tuya, fraternalmente,
                                                                                  June”.