En El Puerto de la Luz, la protagonista
acude a una conferencia organizada por la Sociedad
Protectora de Animales, institución que había sido fundada en Las Palmas de
Gran Canaria en 1896 por Mr. Alfred L. Jones. Esta sociedad, aunque de
iniciativa inglesa, además de contar con el apoyo británico, también tuvo el
apoyo de las autoridades locales canarias, no por sensibilidad, sino porque el
turismo inglés se escandalizaba ante el trato y los abusos que los isleños
cometían contra los animales. Y es que, históricamente, en el mundo occidental
han sido los ingleses los primeros en preocuparse por el bienestar de los
animales.
Si bien es
cierto que para el año 1635, se dictaron en Irlanda las primeras leyes de
protección a los animales, hay que resaltar que estas leyes no tuvieron ninguna
connotación en la expansión de la teoría del bienestar animal por Europa como
la tuvieron aquellas creadas en Inglaterra, además, las leyes de protección a
los animales irlandesas también tuvieron su origen teórico en Inglaterra, ya
que fueron inspiración del inglés Thomas Wentworth. En 1634, este abogado
y pastor puritano escribió El cuerpo de
las libertades, libro que podría ser calificado como el primer código de
leyes destinado a la protección de animales domésticos. Otros puritanos también
crearon leyes de protección a los animales durante el gobierno de Cromwell,
gobierno que se caracterizó por permitir la celebración de peleas sangrientas
de gallos, perros y toros.
En
1811, Jeremías Bentham, filósofo y jurista inglés, presentó a la Cámara de los
lores un proyecto de ley de protección a los animales, pero dicho proyecto fue
desechado con burlas. No fue hasta 1822 cuando Richard Martin, diputado
irlandés, a pesar de sufrir también burlas por parte de sus colegas, por fin logró
la aprobación de una ley que amparara a ciertos animales. Y, en 1824, se fundó
en Londres la Real Sociedad de prevención
de la crueldad con los animales.
La idea de
constituir una sociedad similar en Gran Canaria fue rápidamente acogida con
gran entusiasmo por los residentes isleños y extranjeros, contando a su vez con
el decidido concurso de las autoridades locales. Así, en la tarde del lunes 10
de aguoto de 1896 se reunieron en casa de don Rosendo Ramos, representante de
la casa Elder Dempster y Cía., los caballeros ingleses Mr Seddon y Mr R.
Falkner y los señores don Tomás de Zárate y Morales, don Miguel Sarmiento Pérez,
don Cayetano Inglott y Ayala, don Francisco V. Reina, don Domingo Guerra
Rodríguez y el director del Diario de Las Palmas. La Sociedad Protectora de
Animales de Las Palmas tuvo su sede en las dependencias del Viceconsulado
británico, situado en el número 93 de la calle Triana. Una vez aprobado el
proyecto de reglamento que una comisión se encargó de redactar, la sociedad
quedó constituida el 21 de agosto de 1896, se creó la junta directiva y los
presentes se suscribieron como socios fundadores abonando las sumas de 500, 250
y 100 pesetas anuales respectivamente.
Al difundirse
la noticia de la creación en Las Palmas de una Sociedad Protectora de Animales esta
empezó a recibir la generosa ayuda de otras instituciones y personas simpatizantes,
incluso desde el extranjero. Sabemos que la Sociedad de Amigos de los Animales
de Mónaco envió un donativo de 10 libras esterlinas, y una señora de nacionalidad
inglesa llamada Sofía H. Addlam remitió a su presidente, don Rosendo Ramos, por
conducto de Mr Jones, la suma de 43 libras y 11 chelines que había reunido entre
sus amigos, prometiendo hacer nuevos giros en noviembre.
El primer
acuerdo que tomó la sociedad, después de reclamar el apoyo de las autoridades
locales, fue el de dirigirse a todos los dueños del servicio público con el fin
de que estos recomendasen eficazmente a sus dependientes que no realizasen
actos de crueldad con las caballerías que tenían a su cuidado, ya que estos
iban a ser penalizados por las leyes. Según los artículos de su reglamento, la
S.P.A. se disponía a conceder recompensas: a los propagadores de especies
útiles, a los inventores de aparatos propios para solaz de animales, a los
agentes de la fuerza pública que se hubieran distinguido por haber denunciado a
las autoridades actos de crueldad o malos tratamientos a los animales, o por
haber contribuido a corregir abusos. También a los guardas de campo, pastores, servidores
de fincas, conductores de animales, cocheros, mozos de cuadra, herradores y a
toda persona que hubiese demostrado en alto grado un buen tratamiento hacia los
animales que tuviera a su cuidado o desvelos para mejorar su condición a
propagar sus especie.
Los cargos de la S.P.A. no eran remunerados. Los
socios que se inscribieron durante el primer año de la creación de la sociedad debían
pagar una cuota mensual de 2 pesetas 50 céntimos por lo menos y, para los inscritos
en fechas posteriores, se fijó una cuota que no bajase de 5 pesetas al año. La
acción de la S.P.A. pronto empezó a surtir efecto: se sucedían las denuncias de
infracciones al Reglamento de Carruajes, se imponían multas y se obligaba a los
dueños a retirar del servicio a muchos animales que se encontraban realmente imposibilitados
para el trabajo.
La labor de esta
sociedad y la influencia de la colonia inglesa hicieron mucho para disminuir la
crueldad de los canarios hacia los animales, pero pronto los buenos propósitos
pasaron al olvido, y en 1907 la prensa volvía a expresar su gran pesimismo por
lo infructuoso que resultaba luchar contra la incultura del país (Diario de
Las Palmas, 11 diciembre 1907). De ahí que en la práctica totalidad de las
guías de viaje que traían los turistas hubiese advertencias sobre la
generalizada crueldad de los canarios hacia los animales y se recomendase a los
viajeros que procuraran darnos ejemplo en este sentido. De hecho, muchos
ingleses no dudaron en tomarse estas palabras al pie de la letra. Así se
constata en el testimonio de Francisco González Díaz, que cuenta cómo en una
ocasión vio a una varonil y expeditiva inglesa arrebatar el látigo a un
desaforado arriero que maltrataba a una mula y, con él, cruzarle la cara. En 1909, Margaret D'Este afirmaba: “Es difícil
despertar en los españoles una actitud favorable hacia los animales... y si un
inglés les recrimina por esto, te contestan que en cualquier caso en la isla no
ha habido necesidad de fundar una sociedad para proteger a los niños, como la
que nosotros tenemos en nuestro país.”